domingo, 17 de octubre de 2010

Te miro y me veo

Ayer te miraba en la mesa. Estabas apoyada sobre tus manos, mirando la pared, pensativa. Te miré detenidamente durante buen rato. Nunca supe si eras conciente que te miraba. Te miraba a los 3 años mientras cocinabas, a los 6 cuando me dejabas en la escuela en mi primer día de clases; a los 13 cuando me acompañaste a tomar el micro por primera vez y, ahora, te sigo mirando como cuando era un niño.
Estás sentada, recorriendo en tus pupilas tu vida. Como esos recuentos de vivencias que pasan frente a nuestros ojos cuando analizamos nuestros pasos. Recordás tu infancia, tu callecita de tierra, tu vereda. Te acordás de ese árbol viejo que estaba a unos metros de tu casa y del vecino de la esquina. Te acordás del amigo de enfrente, que termino siendo tu gran amor y te acordás de vos sentada en la sombra del viejo árbol.
De pronto te ves en la adolescencia, dejando caer lagrimas tan pesadas y dolorosas como una cruz, y te ves sola y acompañada al mismo tiempo. Recordás esas penas que te marcaron de por vida. Esas cicatrices que sanaron con el tiempo, pero dejaron su huella, con las que aprendiste a ser como sos y valerte por lo que sos.
Luego te ves adulta, y ves tus partos, tus hijos con sus llantos y sus pañales, con su ropa de la escuela y con sus sueños. Ves sus juguetes, y también ves los tuyos.
Y ahora los ves tan grandes; ahora nos ves tan grandes. Seguís sentada en la silla, apoyada sobre la mesa, mirando el horizonte que te da la pared gris. Yo te miro y te veo. Te miro y me veo. Gracias mamá.

Antü

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