jueves, 14 de abril de 2011

Cleptómana de quimeras

Hoy me desperté, me senté sobre la cama desarreglada y por un instante no recordé nada. Sentí la vaga idea de no entender el lugar en donde estaba. Me quité las lagañas de los ojos y en ese preciso instante, llegaste vos. Invadiste cada rincón de mi conciente reviviendo los recuerdos de la noche, donde fuiste reina y señora de mi inconciente.
Estuviste jugando con mi ilusión y mi alegría durante toda la madrugada. En mis sueños me dejás ser quien quisiera ser en la realidad. Me permitís rescatarte del fuego de la soledad y me otorgás el maravilloso privilegio de mirarte a los ojos durante horas y horas, aunque los sueños duren apenas unos pocos minutos.
Sos tan real y tan transparente que, cuando interrumpo mi sueño, no puedo aclarar mi cabeza; no puedo dividir la realidad de la fantasía.
¡Qué triste es despertar! Darme cuenta que no es real, sino solo producto de mi imaginación. Sentirme el rey de los estúpidos al ser feliz con algo inexistente y creer que a vos te pasa lo mismo donde quiera que estés.

Antü

viernes, 8 de abril de 2011

Espantapájaros 8

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Oliverio Girondo.