Sentado debajo de la luna y pensándote, te estaba esperando. Miraba la puerta ansiando el momento de verte atravesarla, te imaginaba cruzando el umbral de las utopías; pero nunca pasó. Nunca llegaste a mis ojos. Nunca te vi arribar a los sueños de un loco iluso que sentía que allí ibas a estar.
Mirando el cielo, me detuve en una estrella que brillaba a lo alto. Al observarla pensé si en ese momento, vos, donde quiera que estuvieses, la estarías mirando. Cuando creí que si, sentí un aire de paz que recorrió mi cuerpo, sentí que de alguna forma, algo de lo que decía, podía servir para socavar las penas de tu alma. Pero enseguida caí en el otro lado de lo que sentía: ¿y si no la mirabas, porque tus ojos estaban en otra estrella o porque, simplemente, no podías arriesgarte a cambiar de estrella?
El frío de la noche ya había comenzado a dejar rastros en mis manos, el cigarrillo se consumía lento y constante, como las esperanzas de verte llegar. Cuando ya el sol, comenzó a regalar sus primeros rayos al alba, ahí entendí que no ibas a llegar y me marche a dormir, con tus ojos en mi mente, con tus manos en mi alma y con tu nombre en mi pecho.
Antü.