viernes, 30 de julio de 2010

Llanto por un niño muerto


Que pequeño, que inocente,
aquel que nada sabía,
que no pensaba en la muerte
y tan pronto se moría.
Tan extraña era esa voz
que lejos se lo llevaba.
En los huesos, el dolor
se le hundía y le quemaba.

Y sin consuelo era el llanto
de aquel alma desgarrada,
de la madre, que ha quedado
ya sin mundo, ya sin nada.

"¡Pequeño trozo de pan
que no pudiste crecer
que te acunen en el mar
las olas que fuiste a ver!

Tu madre rompió su cruz
y ya no quiere rezar.
Tu padre perdió el azul
y ya no quiere cantar".

¡Diles que te estás meciendo
sobre una cuna enjoyada
y que aún tu puedes verlos
desde una mansión dorada!

Daniel Omar Favero
Nació el 30 de julio de 1957.
Estudiante de letras.
Secuestrado el 25 de junio de 1977 y desaparecido desde entonces.

jueves, 29 de julio de 2010

Rompecabezas

Siento en mi pecho un vacío enorme. Un vacío que no puedo explicar y al cual no puedo encontrarle una solución. No me deja dormir, mucho menos cesa de torturar mi psiquis y, a duras penas, me da tregua en momentos donde mi mente se ocupa de otras cosas. A veces trato de encontrarle analogías a lo que siento para ver si así logro hallar la ecuación que resuelva mi problema. La mejor comparación que se me viene a la mente es la de un rompecabezas al cual le falta una pieza.
No existe nada más triste que un rompecabezas incompleto, faltante de esa pieza que lo completa, que lo termina y lo deja listo. Esa pieza que le da fin a su propósito: ser armado. Ese paisaje de Venecia no sería lo mismo sin esa pieza donde está el bote de los enamorados, ese retrato de la Gioconda no seria igual si faltara la pieza de la sonrisa cómplice y audaz, y yo no soy yo, si no consigo esa pieza que me falta.
Me siento en la cama con los pies transpirados y las manos congeladas, el pelo todo revuelto y las largas ojeras, tratando de entender que es lo que me desvela, lo que me quita el sueño y me impide descansar. Miro a mi alrededor y veo lo que veo siempre: mi casa, mis cosas, mi mujer a mi lado descansando y el espejo. Ese espejo traidor que me recuerda constantemente que aun me sigue faltando algo.
Sin creer, rezo. Sin sufrir, lloro. Sin hablar, grito. Pido piedad y ayuda en el silencio de la madrugada. Aún no tengo claro que debo hacer. Por un instante, creo que debo salir a patear cada rincón de la ciudad en busca de la pieza faltante, pero enseguida me detengo, pienso un instante, y me doy cuenta que puedo pedir ayuda a mis conocidos y amigos. Pero entonces viene a mí una imagen. Unos ojos, un aroma, un color y una canción, y allí la veo. Veo la pieza en algún lugar que no reconozco, podría ser en las aguas de Venecia o en la sonrisa de la Gioconda, pero la veo y, en ese preciso instante, es cuando me doy cuenta que ella llegará a mis manos sola, sin que nadie la guíe ni la obligue, pero ¿cuándo será?.

Antü

Ayer pasaste a mi lado, y no me viste.

Ayer pasaste a mi lado, y no me viste.
No se si no me viste o no quisiste verme, pero la cuestión es que yo si te vi. Estabas igual de radiante, brillando a tu paso como un lucero. Llevabas tu sonrisa picaresca en el rostro, algo tan habitual en vos como el brillo de tus ojos.
Han pasado largos años desde la última vez que nuestros ojos se entrelazaron en una mirada. ¿Qué habrá sido de tu vida? ¿Habrás llorado? ¿Habrás sufrido? ¿Te habrás sentido sola y desamparada? Tal vez sea todo lo contrario; no lo se, ni lo sabré. Solo me alcanza con saber que aún tengo en mis labios, el recuerdo de tus besos, aún conservo el perfume de tu piel en mis manos y, en mis pupilas, tus gestos de amor. Todavía no olvido aquella noche en el teatro, donde te aferraste a mi mano fría y me mirabas de reojo. Recuerdo esas caminatas invernales, bajo la helada matinal y aquellos abrazos tibios que nos dábamos antes de despedirnos.
Ahora que escribo estas palabras me estoy preguntando: ¿qué pasó, en aquel entonces, que nos dejamos de ver? ¿Qué se rompió o se perdió? No lo se y, esta vez, no quiero saberlo porque me conformo con que ayer pasaste a mi lado, y no me viste.

Antü

miércoles, 28 de julio de 2010

Los Nadies


Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Eduardo Galeano