viernes, 8 de abril de 2011

Espantapájaros 8

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Oliverio Girondo.

martes, 22 de marzo de 2011

El león mata mirando

El viejo Antonio cazó un león de montaña con su vieja chimba. Yo me había burlado de su arma días antes:
-De estas armas usaban cuando Hernán Cortés conquistó México -le dije.
Él se defendió: -Sí, pero ahora mira en manos de quién está.
Ahora estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel, para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero.
-En el mero ojo -me presume- es la única forma de que la piel no tenga señales de maltrato, -agrega.
-¿Y qué va hacer con la piel? -pregunto.
El viejo Antonio no me contesta, sigue raspando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo con doblador. Se lo tiendo sin palabras, él lo examina y lo deshace.
-Te falta -me dice mientras lo vuelve a forjar.
Nos sentamos a participar juntos en esa ceremonia del fumar. Entre chupada y chupada, el viejo Antonio va hilando la historia: El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras o con los colmillos.
El león mata mirando. Primero se acerca despacio… en silencio, porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a la víctima, un manotazo que tira, más que por fuerza, por sorpresa.
Después la queda viendo. La mira a su presa. Así… (el viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda viendo nomás, mira el león que lo mira. El animalito ya no se ve él mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada de león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil. El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo.
Y, mirando que lo miran, el animalito se convence, él solo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo que mira que lo mira el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa3 sin pena.
Así mata el león. Mata mirando. Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo topa el león no le hace caso y se sigue como si nada, y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran… es ciego.
‘Topos’, le dicen a esos animalitos.
Parece que el viejo Antonio acabó de hablar.
Yo aventuro un: “sí, pero…”. El viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se forja otro cigarrillo. Lo hace lentamente, volteando a verme cada tanto para ver si estoy poniendo atención.
El topo se quedó ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, se trincó en mirar para dentro. Y nadie sabe por qué llegó en su cabeza del topo ese mirarse para dentro. Y ahí está de necio el topo en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón es el corazón y no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para dentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses lo castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’ fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo la tierra. Y por eso el topo vive abajo de la tierra, porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose por dentro. Y por eso el topo no lo tiene miedo al león. Y tampoco lo tiene miedo al león el hombre que sabe mirarse el corazón. Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces lo mira al león y el león lo mira que lo mira el hombre y el león mira, en el mirarlo del hombre, que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se corre.
-“¿Y usted se miró el corazón para matar a este león?" interrumpo. Él contesta:
-“¿Yo? N’hombre, yo mire la puntería de la chimba y el ojo del león y ahí nomás disparé…. del corazón ni me acordé…”.
Yo me rasco la cabeza como, según aprendí, hacen aquí cada vez que no entienden algo.
El viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega.
-“Toma” - me dice - “te la regalo para que nunca olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar…“
El viejo Antonio da media vuelta y se mete a su champa. En el lenguaje del viejo Antonio eso quiere decir: -“Ya acabé. Adiós”. - Yo metí en una bolsa de nylon la piel del león y me fui…

Subcomandante Marcos.

martes, 8 de marzo de 2011

Si Dios fuera una mujer

¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.

Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.

Mario Benedetti.

lunes, 28 de febrero de 2011

El Juicio

Ya la luna no saldrá. Los cristales rotos en el suelo. Cuentan una historia sin empezar, cuentan un silencio imposible de callar.
Las paredes de mi cuarto son testigos de mis lágrimas que huyen furtivas de mí ser sin que nadie las pueda ver. Se que el tiempo es juez y sabrá cuando será el momento donde todos debemos enmudecer para que él dicte su verdad.Yo no sé si estoy acusado o soy la víctima de este juicio, pero ese veredicto es deseado para saber si soy culpable o inocente.
Y tu estás ahí, de pie, mirando como todo ocurre sin siquiera pestañar, sin siquiera mutar.

Antü.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico , como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una bívora como las del solójicO, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con la calefación para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá, ni pueden calentarse por la falta del querosén, la falta del carbón, la falta de lenia, la falta de petrolio y tamién la falta de plata, porque cuando uno anda con biyuya ensima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa que hay que ver lo que calienta, aunque no conbiene abusar, porque del abuso entra el visio y del visio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta de buena condupta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el más espantoso tacho de basura del desprastijio humano, y nunca le van a dar una mano para sacarlo de adentro del fango enmundo entre el cual se rebuelca, ni más ni meno que si fuera un cóndor que cuando joven supo correr y volar por la punta de las altas montanias, pero que al ser viejo cayó parabajo como bombardero en picada que le falia el motor moral. ¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no searrepienta cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya.

César Bruto.

martes, 1 de febrero de 2011

No te rías de un Coya

No te rías de un colla, que bajó del cerro,
que dejó sus cabras, sus ovejas tiernas, sus habales yertos.
No te rías de un colla, si lo ves callado…
si lo ves zopenco, si lo ves dormido.
No te rías de un colla, si al cruzar la calle,
lo ves correteando igual que una llama, igual que un guanaco.
Asustao el runa como asno bien chúcaro;
poncho con sombrero debajo del brazo.
No sobres al colla si un día de sol,
lo ves abrigado con ropa de lana; transpirado entero.
Ten presente amigo, que él vino del cerro donde hay mucho frío,
donde el viento helado, rajateó sus manos y partió sus callos.
No sobres al colla si lo ves comiendo,
su mote cocido, su carne de avío,
allá en una plaza, sobre una vereda o cerca del río,
menos si lo ves coquiando por su Pachamama.
El bajó del cerro a vender su lana, a vender sus cueros,
a comprar l’azucar, a llevar su harina,
y es tan precavido que trajo su plata,
y hasta su comida y no te pide nada.
No te rías de un colla que está en la frontera,
pa lao de La Quiaca, o allá en las alturas del Abra del Zenta.
Ten presente amigo, que él será el primero en parar las patas,
cuando alguien se atreva a violar la Patria.
No te burles de un colla, que si vas pa´l cerro,
te abrirá las puertas de su triste casa.
Tomarás su chicha, te dará su poncho, y junto a sus guaguas,
comerás un tulpo… y a cambio de nada.
No te rías de un colla que busca el silencio,
que en medio de lajas, cultiva sus habas,
y allá en las alturas, en donde no hay nada…
¡así sobrevive con su Pachamama!

Fortunato Ramos.

martes, 11 de enero de 2011

Como la cigarra


Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.


Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y seguí cantando.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.

María Elena Walsh.