sábado, 27 de agosto de 2011

Una asombrosa llama en el desierto

Por extraño que parezca, la historia es así. Ella se llama Ayelén. El se llama Martín.
Él nació cerca del Río de la Plata. Ella, mucho más al sur.
No se conocen. Y esto no tiene nada de extraño, porque eso es lo que le pasa a la mayor parte de la gente que hay en el mundo. No se conocen entre sí. Ella vive en un lugar. Él vive en otro. Él tiene una familia. Ella tiene otra. Ella tiene dos ojos. Él tiene otros.
En algunos aspectos Ayelén y Martín se parecen. En otros, son muy diferentes. Y no solamente en el color de la piel o del cabello.

Hay un pequeño animal volador al que él llama picaflor y ella llama pinda. Hay otro, como un gato enorme, que para él es jaguar y para ella, nahuel. Lo que para ella es leufú, para él es río. Pero aunque no se conocen, cuando se ríen, los dos ríen igual.
Un objeto duro al que él llama piedra, para ella es cura. Para él, en cambio, cura tiene que ver con alejarse de la enfermedad.
Una vez estuvo enfermo y se curó. Casi hubiera preferido no curarse, porque enseguida lo mandaron a un lugar lejano a pelear. Él no estaba seguro de que tuviera ganas de pelear, menos contra gente a la que ni conocía.
A lo que ella llama mapu, él llama tierra y también pueblo. Para él, durante mucho tiempo mapu no quiso decir nada. Pero le parecía que llegar a una tierra desconocida para matar al primero que se pusiera adelante no era la mejor manera de llegar.
A lo que ella llama pirré, él llama nieve. Y a los dos le da frío. Sí, Ayelén y Martín no se conocen, pero los dos están con mucho frío. Sobre todo porque en esa época se empezó a helar todo desmesuradamente. Y el resto de la gente que andaba por ahí también tenía mucho frío. Se congelaban los campos y las semillas, se congelaban los árboles y los pájaros. Se congelaban los chicos y los viejos de barba blanca. Se congelaban las mujeres y los hombres de piel oscura y también los de piel clara.
Hacía mucho frío, y el fuego que salía de los rifles y de los cañones no servía para calentar nada.
A lo que Ayelén llama peñi, Martín llama hermano. Y el frío los estaba hermanando a todos, el frío que salía de las armas de fuego les estaba abriendo a todos una sombría herida helada.
Y con cada disparo el frío crece y no hay con que encender un fuego que sirva para entibiar las manos o echarse algo caliente en la garganta.
A lo que ella llama ruca, él llama casa. Y él soñaba con el amparo de un hogar con leños encendidos mientras sus pies resbalaban por una tierra helada.
Martín y Ayelén no se conocían. Cada cual vivía su vida y andaba su camino. Pero de golpe las líneas de los dos caminos se encuentran a un mismo punto. Y hay como un chispazo en ese punto y de ahí nace una llama. Es una llama de amor en sus miradas.
Es una de esas llamas que se encienden y quedan instaladas y se abren camino y producen un intenso calor que se propaga.
Y la llama se agiganta y se transforma en pájaro de increíbles alas. El pájaro levanta vuelo y riega la tierra con una lluvia de pequeñas llamas.
Son de esas llamas que derriten el hielo de los ríos, pulverizan el frío de los corazones y entibian los campos y las casas. Y hacen brotar frutas y flores y canciones y una alegría que se contagia y se desparrama. Y las armas se tragan ese fuego que nunca pudo dar calor a nada.
Ayelén y Martín ya no se separaron. Están unidos por una llamarada.

Adela Basch.

viernes, 15 de julio de 2011

Para lavar a un niño

Sólo el amor más viejo de la tierra
lava y peina la estatua de los niños,
endereza las piernas, las rodillas,
sube el agua, resbalan los jabones,
y el cuerpo puro sale a respirar
el aire de la flor y de la madre.

Oh vigilancia clara!
Oh dulce alevosía!
Oh tierna guerra!

Ya el pelo era tortuoso
pelaje entrecruzado por carbones,
por aserrín y aceite,
por hollines, alambres y cangrejos,
hasta que la paciencia
del amor
estableció los cubos, las esponjas,
los peines, las toallas,
y de fregar y de peinar y de ámbar,
de antigua parsimonia y de jazmines
quedó más nuevo el niño todavía
y corrió de las manos de la madre
a montarse de nuevo en su ciclón,
a buscar lodo, aceite, orines, tinta,
a herirse y revolcarse entre las piedras.
Y así recién lavado salta el niño a vivir
porque más tarde sólo tendrá tiempo
para andar limpio, pero ya sin vida.

Pablo Neruda.

lunes, 13 de junio de 2011

Tragedia

María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados, sino llenos de asombro, por no poder comprender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.

Vicente Huidobro.

miércoles, 1 de junio de 2011

Te recuerdo

Aunque no estés en mi mente todo el tiempo, aunque ni siquiera me quites el sueño, siempre que paso por nuestro lugar, te veo.
Tu rostro se enciende como el fuego sagrado que inunda todos los rincones de mi cuerpo y vuelven a mi tu mirada, tu risa y tu magia. Vuelven los recuerdos que nunca existieron, los besos que jamás te di. Vuelvo a hacerte el amor en mi mente, a recorrer los vertiginosos caminos de las utopías sin resolver y me conduce a pensar y recordar que no eres mía. Nunca lo fuiste ni lo serás en la realidad; pero si lo eres en mis recuerdos.
Y voy viajando, día tras día, y cada vez que paso por esa esquina, cada vez que te imagino caminando detrás de las paredes, suspiro y comienzo a recordar de nuevo.

Antü.

domingo, 15 de mayo de 2011

Soneto imitando una oda de safo

¡Feliz quien junto a ti por ti suspira,
quien oye el eco de tu voz sonora,
quien el halago de tu risa adora,
y el blando aroma de tu aliento aspira!
Ventura tanta, que envidioso admira
el querubín que en el empíreo mora,
el alma turba, al corazón devora,
y el torpe acento, al expresarla, espira.
Ante mis ojos desaparece el mundo,
y por mis venas circular ligero
el fuego siento del amor profundo.
Trémula, en vano resistirte quiero...
de ardiente llanto mi mejilla inundo...
¡delirio, gozo, te bendigo y muero!


Gertrudis Gómez de Avellaneda.

jueves, 14 de abril de 2011

Cleptómana de quimeras

Hoy me desperté, me senté sobre la cama desarreglada y por un instante no recordé nada. Sentí la vaga idea de no entender el lugar en donde estaba. Me quité las lagañas de los ojos y en ese preciso instante, llegaste vos. Invadiste cada rincón de mi conciente reviviendo los recuerdos de la noche, donde fuiste reina y señora de mi inconciente.
Estuviste jugando con mi ilusión y mi alegría durante toda la madrugada. En mis sueños me dejás ser quien quisiera ser en la realidad. Me permitís rescatarte del fuego de la soledad y me otorgás el maravilloso privilegio de mirarte a los ojos durante horas y horas, aunque los sueños duren apenas unos pocos minutos.
Sos tan real y tan transparente que, cuando interrumpo mi sueño, no puedo aclarar mi cabeza; no puedo dividir la realidad de la fantasía.
¡Qué triste es despertar! Darme cuenta que no es real, sino solo producto de mi imaginación. Sentirme el rey de los estúpidos al ser feliz con algo inexistente y creer que a vos te pasa lo mismo donde quiera que estés.

Antü

viernes, 8 de abril de 2011

Espantapájaros 8

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Oliverio Girondo.