Jugar a no ser suele ser divertido, pero ser lo que no se debe ser es mucho más divertido. Ser lo que, comúnmente, se considera inapropiado para este mundo frívolo y materialista, suele dejar esa mentirosa sensación de que estamos equivocados. Este mundo que prefiere un especialista en marketing y en administración de empresas a un músico, o a un actor, o a un pintor.
¿Qué sería de nuestros tiempos sin la música, sin la pintura, sin el teatro y el cine, sin el arte? Nada. Por suerte, aún perduramos en el camino, viejos caminantes que se apoyan en sus bastones y desde allí miran como la gente corre sin mirar al lado, salta sin percatarse donde caerá y a quien pisará al caer, y vive sin vivir. Donde la verborragia diaria lleva a no detenerse en los pequeños detalles, el artista no solo se detiene sino que los observa, los mide, los toca, los protege y los hace brillar.
Aún encontramos a ese loco transeúnte que en medio de la avenida principal de la ciudad carnívora, se detiene, se acuesta en el piso y con su cámara toma una fotografía del paisaje y la gente. Todavía podemos ver a esos locos jugando a ser otros sobre las tablas rechinantes de algún teatro viejo, abandonado y húmedo. Y, por suerte, aun podemos caminar por la calle y ver por alguna ventana a esos muchachos y muchachas jugando con los colores y mostrándonos que existen mas colores además del blanco y del negro.
Soy, como casi todos, uno más del montón que esta atado a vivir en esta sociedad y en este tiempo. Donde se debe correr hasta que sangren los pies para lograr tener una vida digna. Donde es persona quien más tiene y es dichoso el que más acumula, sin siquiera saber para que lo hace.
Entonces, pensé: ¿Qué hacer con mis pies cansados de tantas corridas en vano? ¿Cómo hacer para que mis pies, mis piernas, mi cuerpo, mi alma no estén tan cansadas al final del día? Y fue allí cuando la conocí. Estaba esperándome, impaciente, para darme la solución. El arte me aguardaba, con sus grandes brazos para darme un abrazo y para otorgarme alas.
Alas para volar, para descansar mis pies, mis piernas, mi cuerpo, mi alma. Alas para llegar desde un punto lejano de la vida, hasta el más cercano sin siquiera pestañar. Alas para imaginar, para perdurar, para dejar libre ese pensamiento encerrado en un claustro económico y social en el cual cada uno permanece preso sin saber la causa y la condena. Alas para romper cadenas y candados, para proteger al que tenemos a nuestro lado, para ayudar a abrir las mentes y los ojos. Alas para volar.
¿Qué sería de nuestros tiempos sin la música, sin la pintura, sin el teatro y el cine, sin el arte? Nada. Por suerte, aún perduramos en el camino, viejos caminantes que se apoyan en sus bastones y desde allí miran como la gente corre sin mirar al lado, salta sin percatarse donde caerá y a quien pisará al caer, y vive sin vivir. Donde la verborragia diaria lleva a no detenerse en los pequeños detalles, el artista no solo se detiene sino que los observa, los mide, los toca, los protege y los hace brillar.
Aún encontramos a ese loco transeúnte que en medio de la avenida principal de la ciudad carnívora, se detiene, se acuesta en el piso y con su cámara toma una fotografía del paisaje y la gente. Todavía podemos ver a esos locos jugando a ser otros sobre las tablas rechinantes de algún teatro viejo, abandonado y húmedo. Y, por suerte, aun podemos caminar por la calle y ver por alguna ventana a esos muchachos y muchachas jugando con los colores y mostrándonos que existen mas colores además del blanco y del negro.
Soy, como casi todos, uno más del montón que esta atado a vivir en esta sociedad y en este tiempo. Donde se debe correr hasta que sangren los pies para lograr tener una vida digna. Donde es persona quien más tiene y es dichoso el que más acumula, sin siquiera saber para que lo hace.
Entonces, pensé: ¿Qué hacer con mis pies cansados de tantas corridas en vano? ¿Cómo hacer para que mis pies, mis piernas, mi cuerpo, mi alma no estén tan cansadas al final del día? Y fue allí cuando la conocí. Estaba esperándome, impaciente, para darme la solución. El arte me aguardaba, con sus grandes brazos para darme un abrazo y para otorgarme alas.
Alas para volar, para descansar mis pies, mis piernas, mi cuerpo, mi alma. Alas para llegar desde un punto lejano de la vida, hasta el más cercano sin siquiera pestañar. Alas para imaginar, para perdurar, para dejar libre ese pensamiento encerrado en un claustro económico y social en el cual cada uno permanece preso sin saber la causa y la condena. Alas para romper cadenas y candados, para proteger al que tenemos a nuestro lado, para ayudar a abrir las mentes y los ojos. Alas para volar.
Antü
Fotografía: Amaia Fotografías.
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