miércoles, 18 de agosto de 2010

El Grito

Muchas veces con hablar no alcanza, no basta para acallar las voces del interior y del exterior que nos torturan, nos apabullan con mentiras y calumnias para dominar nuestros movimientos. Entonces hay que gritar.
El grito debe ser de esos gritos que retumban en las montañas, aunque estemos parados frente al mar. Deben ser gritos en el silencio, esos gritos que destrozan el alma, sin lastimar la garganta y los oídos. Así como el cuadro de Edvard Munch, que nos grita sin perturbar el silencio, nos muestra el pánico y el dolor, la preocupación y la angustia sin moverse y sin sonido. Esa imagen que despierta, desestabiliza y pone en acción nuestra mente.
El status quo nos lleva a esperar paciente a nuestro vecino para que cambie las cosas. Nunca nos damos cuenta que somos nosotros los que podemos cambiar. Nadie nos obliga, pero podemos; en cada uno esta querer o no. No alcanza con caminar por la calle y sensibilizarse ante una determinada situación, o enfadarse ante las injusticias sociales que a diario azotan a estos tiempos; hay que actuar. El actor no puede pretender ser aplaudido si jamás sale a escena, debe salir, arriesgarse al error, a olvidarse la letra e improvisar lo mejor que tenga para seguir adelante, solo así ser reconocido.
Los discursos abundan, las palabras sobran y los actos escasean. Entonces es ahí donde el grito entra en acción. Cuando dormimos y soñamos lo que no nos gusta, generalmente, es un grito el que nos despierta, un grito desde el inconciente que nos dice: ¡Despertate y viví!

Antü
Fotografía: Amaia Fotografías

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