martes, 28 de diciembre de 2010

Bicentenario Argentino por Antü


Este 2010 ha sido un año de celebración en gran parte de Sudamérica. Se ha festejado el Bicentenario del comienzo de la formación de diferentes naciones. Es por esto, que les dejo este vídeo donde en algunos minutos repaso la historia argentina.
Con la musicalización de Jairo, León Gieco y Juan Carlos Baglietto.

Que este 2011 venga con educación, igualdad y justicia para cada habitante de nuestra américa y el mundo entero. Que llegue con utopías realizadas y sueños cumplidos.

A todos: ¡Feliz comienzo de año!

Antü.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La Salvación

Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo" -sin duda estaba pensando el tirano- "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por humildes que sean" -dijo indicando al pájaro- "hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".

Adolfo Bioy Casares.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Siempre y Nunca contra A Veces.

Había una vez dos veces. Una se llamaba una vez y la otra se llamaba otra vez.
Una y otra vez formaban la familia A veces, que vivía y comía de vez en vez. Los grandes imperios dominantes eran siempre y nunca que, como es evidente, odiaban a muerte a la familia A veces. Ni siempre ni nunca toleraban que los A veces existieran. Siempre no podía permitir que una vez viviera en su reino porque entonces siempre dejaba de serlo porque si ya hay una vez entonces ya no hay siempre. Nunca tampoco podía permitir que otra vez apareciera otra vez en su reino porque nunca no puede vivir con una vez ni menos si esa vez es otra vez. Pero una vez y otra vez se la pasaban molestando una y otra vez a siempre y a nunca. Y así fue hasta que siempre las dejó en paz para siempre y nunca nunca las volvió a molestar. Y una vez y otra vez se la pasaron jugando una y otra vez.
“¿Qué me ves?" preguntaba una vez, y otra vez contestaba: “¿Pues qué no ves?"
Y así se la pasan felices de vez en vez, ya ves. Y siempre fueron una y otra vez y nunca dejaron de ser A veces. Tan, tan.

Moraleja 1: A veces es muy difícil distinguir entre una vez y otra vez.
Moraleja 2: Nunca hay que decir siempre (bueno, a veces sí).
Moraleja 3: Los “siempres” y los “nuncas” los imponen los de arriba, pero abajo aparecen “los molestos” una y otra vez que, a veces, es otra forma de decir “los diferentes” o de vez en vez, “los rebeldes”.
Moraleja 4: Nunca vuelvo a escribir un cuento como éste, y yo siempre cumplo lo que digo (bueno, a veces no).

Subcomandante Marcos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Memorias

Me encuentro sentado en mi escritorio, con mis hojas, ya amarillas del tiempo que estuvieron olvidadas en un cajón, y mi pluma casi seca empezando a escribir una biografía, mi biografía. Cuando apenas comienzo, el recuerdo de mis padres se vino a mi mente, ya no los tengo, y tanto los necesito.
De mi padre, extraño los regaños por no ser el hijo que el siempre soñó, por no trabajar ni estudiar lo que alguna vez pensó para mi; quizás hoy con mi vida ya hecha, me viese y estaría orgullo de mi. Quizás el tiempo no lo perdonó y no dejó que se fuera sabiendo que su hijo se había hecho un lugar en el mundo para poder vivir.
Algunas veces discutía con él, por no entenderlo, o por que no me entendía a mi, pero era mi rebeldía de ser una persona distinta a él; nunca quise te
ner sus defectos, ni tampoco sus virtudes, negué siempre que era como él… pero con el paso de los años, me doy cuenta que soy mi padre, que su espíritu vive en mi y en cada uno de mis hermanos.
Me acorde también, de que en algún momento, en esta vida o en la próxima, quisiera decirle: “Padre, te equivocaste millones de veces, pero siempre te perdoné y jamás te dejé de querer”.
De mi madre recuerdo sus miradas, sus tiempos y sus lagrimas. Recuerdo que vivió toda su vida por mí, que se alegraba con cada triunfo y se angustiaba por cada derrota que yo sufría. Siempre, a su modo, estaba preocupándose por mí. Será que ella me hace tanta falta; siempre quise decirle: “Gracias Mama… Fuiste mas que una madre para mi, fuiste mis ojos, mis pies y mi alma”. El cariño de una madre es algo que jamás se puede reemplazar con nadie, la madre de uno es una sola y hay que cuidarla siempre.

Volviendo a mi, recordé a mis amores, aquellos amores que nunca murieron en el tiempo, desde la muchacha que conquisto mi corazón en toda mi adolescencia, al ángel con el que me case. Mi mujer, siempre brindándome un hombro y un oído para ayudarme a pasar mis conflictos internos. En el camino de mi vida pasaron muchas mujeres, algunas las ame, otras las ignore y, a muy pocas, hasta las odie. De las mujeres que ame, recuerdo sus aromas, sus miradas, sus sonrisas, como si en este momento las tuviera al frente mío.
Mis amigos no estuvieron ausentes en mi pensamiento, porque son pocos. Los verdaderas amistades mueren cuando uno mismo muere. Hoy me doy cuenta de la cantidad de veces que llame amigos a seres que no eran mis amigos, que idiota fui al usar una palabra maravillosa como ésa, con gente que no valió la pena. Los verdaderos amigos se forjan muy lentamente, y esa clase de gente es la que esta con vos en los momentos buenos y malos, sin dejarte en ninguna parte hasta que no estés seguro.
Es muy simple ser amigo de alguien cuando se esta bien, y ante la mejor turbulencia huir y dejar todo olvidado. Esa clase de gente es la que cuando muere nadie se acuerda; con el tiempo dirán que se fue alguien y nada mas, en cambio dirán que sos un amigo cuando seas humanamente como persona.
Los recuerdos siguen volando por mi mente, rostros y aromas pasan sin cesar por mi memoria y me acuerdo de felicidades, como los nacimientos de mis hijos y de tristezas como la muerte de mis seres queridos, y verán que en mis palabras esta la muere involucrada, porque así es, es mi tiempo, ya lo siento, mi vida esta llegando a la recta final, y considero que en los años que viví no jugué una mala carrera.
Extrañaré levantarme y mirar cada cosa en su lugar sin modificarse, extrañare también el aroma del rocío matutino en mi ventana, de ver el sol, de ver las nubes y todo lo que lo rodea, extrañare tener el tiempo para leer una novela al lado de mi chimenea, con mis cigarrillos y mi música, pero entiendo que cambio esta vida por volver a encontrarme con la gente que hace unas horas recordé…
Serán los años los que me hicieron dar cuenta que cuando uno tiene a las personas que ama, nunca se lo dice, y cuando ya no las tenemos es cuando necesitamos decírselos, que vivemos nuestra vida, preocupándonos por pequeñeces, en vez de ver lo maravilloso de vivir, que es la propia vida de uno mismo.

Antü.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Tu infancia

Te quiero arriesgado, saltando tejados
tu sed de aventura.
Te quiero valiente, trepando paredes
tus ansias de altura.
Y ver que se asoma a la rama más alta,
abierta tu blusa, tu planta descalza,
tu cabeza rubia.
Te quiero gozoso correr por el campo.
Te quiero de grana tu faz de cansancio
riendo y cantando.
No verte encerrado en un mundo de grandes,
sometido y esclavo.Te quiero monarca de claro universo,
gigantes, corsarios, tesoros, veleros...Te quiero gallardo jugando al "muchacho"
que salva a la hermosa de ser de un villano.
Feliz, bien plantado jazmín y quebracho
tus doce veranos.No saberte dócil, sumiso, doblado
aprendiz de manso.
No saberte tímido, miedoso, apocado,
señal de fracaso.Yo quiero que tengas infancia de pájaro.
Ternura en el alma, piedad en las manos.
Con eso me basta, aunque no estudies tanto,
y aunque nunca consigas,
ser primero del grado.

Matilde Alba Swann.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Quisiera que me recuerden

Quisiera que me recuerden sin llorar ni lamentarme,
quisiera que me recuerden por haber hecho caminos,
por haber marcado un rumbo,
porque emocioné su alma,
porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados,
porque interpreté sus ansias,
porque canalicé su amor.

Quisiera que me recuerden junto a la risa de los felices, la seguridad de los justos,
el sufrimiento de los humildes.
Quisiera que me recuerden con piedad por mis errores, con comprensión por mis debilidades,
con cariño por mis virtudes;
si no es así, prefiero el olvido, que será el más duro castigo por no cumplir mi deber de hombre.

Joaquín Enrique Areta


Joaquín Enrique Areta tenía 23 años. Era correntino. Estaba en pareja con Adela Segarra y tenían un hijo, Jorge. Era obrero y poeta. Militó en la Ciudad de La Plata, entre otras organizaciones, en la Unión de Estudiantes Secundarios. Desaparecido por la última dictadura argentina el 29/06/1978.

Néstor Kirchner leyó en el 2005 éste poema de Joaquín Enrique Areta. Fue en el marco de la feria del libro de ese año, en donde se presentó la obra Palabra Viva, una recopilación de textos de escritoras y escritores desaparecidos durante la dictadura militar.
Homenaje a la memoria del ex presidente argentino.

sábado, 30 de octubre de 2010

Momentos

Por momentos mi amor es blanco y por momentos, negro; calmo y por momentos, tormentoso. A veces es un amanecer y a veces un ocaso.
Son idas y vueltas, son atardeceres y el alba, que sin quererlo te destrozan y te roban la ilusión. Desaparezco en la brisa de cualquier noche veraniega y reaparezco en tus brazos, sin tu alma que no sabe esperar.
Aun tus heridas sangran y yo quisiera poder sanarlas con un beso una flor o una palabra, pero todavía no es el momento. No huyas de mis pasos, no son para perseguirte sino para alcanzarte y recorrer juntos los caminos del destino. Aprende a esperar, y verás como la marea baja; no hay tempestad que sea eterna, ni tristeza que sea inmortal.

Antü.

viernes, 22 de octubre de 2010

La historia del ruido y el silencio

Hubo un tiempo en los tiempos en que el tiempo no se contaba. En ese tiempo los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, se estaban caminando como de por sí se caminan los dioses primeros, o sea bailando. En ese tiempo mucho ruido había, por todos lados se escuchaban voces y gritos. Mucho ruido y nada se entendía. Y es que el ruido ése que se había no era para entender nada, sino que era ruido para no entender nada. Creyeron primero los dioses primeros que el ruido era música y baile y rápido tomaron sus parejas y se empezaron a bailarse así, -y el Viejo Antonio se pone de pie e intenta un paso de baile que consiste en balancearse sobre un pie primero y luego sobre el otro. Pero resulta que el ruido no era música ni era baile, era ruido pues, y no se podía bailarse y estarse alegre. Y entonces los dioses más grandes se pararon a escuchar con atención para saber qué quería decir ese ruido que se oía, pero nada que se entendía nada, porque era ruido el ruido, pues.
Y como el ruido no se podía bailar, pues entonces los dioses primeros, los que nacieron el mundo, ya no pudieron caminar porque los dioses primeros caminaban bailando y entonces se detuvieron y muy tristes se estaban sin caminar porque muy caminadores eran estos dioses, los más grandes, los primeros.
Y unos de los dioses trataron de caminarse, o sea bailarse con el ruido ése, pero no se podía y perdían el paso y el camino y se chocaban unos con otros y se caían y se tropezaban con árboles y piedras y mucho se lastimaban estos dioses, -se detiene el Viejo Antonio para volver a encender el cigarro que la lluvia y el ruido le apagaron.
Después del fuego sigue el humo, después del humo sigue la palabra:
Entonces los dioses se buscaron un silencio para orientarse otra vez, pero no lo encontraban por ningún lado al silencio, a saber dónde se había ido el silencio y con razón porque mucho era el ruido que había. Y desesperados se pusieron los dioses más grandes porque no encontraban el silencio para encontrarse el camino y entonces se pusieron de acuerdo en una asamblea de dioses y mucho batallaron para la asamblea que se hicieron porque mucho era el ruidero que se había y por fin acordaron que cada uno buscara un silencio para encontrar el camino y entonces se pusieron contentos por el acuerdo que tomaron pero no muy se notó porque había mucho ruido. Y entonces cada dios comenzó a buscarse un silencio para encontrarse y empezaron a buscar a los lados y nada, y arriba y nada, y abajo y nada, y como ya no había por dónde buscar un silencio pues empezaron a buscarse dentro de ellos mismos y empezaron a mirarse adentro y ahí buscaron un silencio y ahí lo encontraron y ahí se encontraron y ahí encontraron otra vez su camino los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros.
Se calló el Viejo Antonio, la lluvia también. Poco duró el silencio, rápido llegaron los grillos a terminar de romper los últimos trozos de esa noche de febrero hace diez años. Ya amanecía la montaña cuando el Viejo Antonio se despidió con un “Ya vine”. Yo me quedé fumando unos pedacitos de silencio que la madrugada olvidó en las montañas del sureste mexicano.

Subcomandante Marcos.

domingo, 17 de octubre de 2010

Te miro y me veo

Ayer te miraba en la mesa. Estabas apoyada sobre tus manos, mirando la pared, pensativa. Te miré detenidamente durante buen rato. Nunca supe si eras conciente que te miraba. Te miraba a los 3 años mientras cocinabas, a los 6 cuando me dejabas en la escuela en mi primer día de clases; a los 13 cuando me acompañaste a tomar el micro por primera vez y, ahora, te sigo mirando como cuando era un niño.
Estás sentada, recorriendo en tus pupilas tu vida. Como esos recuentos de vivencias que pasan frente a nuestros ojos cuando analizamos nuestros pasos. Recordás tu infancia, tu callecita de tierra, tu vereda. Te acordás de ese árbol viejo que estaba a unos metros de tu casa y del vecino de la esquina. Te acordás del amigo de enfrente, que termino siendo tu gran amor y te acordás de vos sentada en la sombra del viejo árbol.
De pronto te ves en la adolescencia, dejando caer lagrimas tan pesadas y dolorosas como una cruz, y te ves sola y acompañada al mismo tiempo. Recordás esas penas que te marcaron de por vida. Esas cicatrices que sanaron con el tiempo, pero dejaron su huella, con las que aprendiste a ser como sos y valerte por lo que sos.
Luego te ves adulta, y ves tus partos, tus hijos con sus llantos y sus pañales, con su ropa de la escuela y con sus sueños. Ves sus juguetes, y también ves los tuyos.
Y ahora los ves tan grandes; ahora nos ves tan grandes. Seguís sentada en la silla, apoyada sobre la mesa, mirando el horizonte que te da la pared gris. Yo te miro y te veo. Te miro y me veo. Gracias mamá.

Antü

sábado, 9 de octubre de 2010

Los colores de mi hijo

Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no me estoy refiriendo a las paredes, esas eran blancas como cualquier otra casa de Puerto Cabello en los setenta.
Mi casa es multicolor por dentro. Y es que mi mamá es de piel tan clara que sus hermanos la bautizaron “rana platanera”. Y mi papá era de un trigueño agresivo con bigote de charro, sonrisa de Gardel y cabello ensortijado, estirado a plano a pura brillantina. La vejez lo ha desteñido a mi papá. Como si la melanina se acabara con el tiempo. Como si los años fueran de lejía.
De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo más variopintos. Mi hermano mayor, vaya uno a saber por qué, parece árabe, ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabello rizado (cuando existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo más atractiva) Le sigue una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas, unos ojos inmensos, sonrisa como mandada hacer. Castaña claro y cabello ceniza, se ayuda con Kolestone, vamos a estar claros, pero le queda de un bien que parece que hubiera nacido así. Al tercero, extrañamente, le decían “el catire”. Nunca entendí por qué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia arriba, eso sí, tan “rana platanera” como mi madre. Yo soy trigueña, como mi padre y mi nariz que delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana menor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes se hubieran vuelto locos y por generación espontánea hubiesen creado una sucursal asiática en la casa.
Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de las Naciones Unidas que otra cosa. Claro que, jamás yo me dí cuenta de eso.
Para mí eran almuerzos y punto. Con el olor inenarrable de las caraotas negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que se hacían por kilos.
De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día una compañera me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco nunca supe por qué una noche no lo habían dejado entrar a un local nocturno muy de moda en los 80. Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mi mamá y mis hermanos siempre fueron eso: mi papá, mi mamá y mis hermanos.
Cuando yo era chiquita, pensaba que los colores los tenían las cosas, no la gente. No entendía por qué a algunos les decían negros si yo lo veía marrones, y a otros les decían blancos, si yo los veía a veces como anaranjados y otras como rosa pálido. Y menos entendía por qué para muchos adultos era mucho mejor ser “blanco” que ser “negro”. Una vez, mi papá se comió un semáforo y alguien le gritó “Negro tenías que ser”…yo me que dé estupefacta al descubrir que los blancos se comían los semáforos.
Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una especie de fascinación por aquel lo de “los colores de la gente” “las etnias” las razas” y los asuntos que parecían importar tanto a la humanidad. Tanto, que hasta guerras entre países generaba. Tanto, que se mataba gente por asuntos de piel. De células. De genes. De melanina.
Yo, buscando vivencias reales y con lo enamoradiza que soy, tuve novios marrones, rosados, amarillos y hasta uno medio verdoso. Me casé con un italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zefirelli. Y finalmente, me enamoré hasta los huesos de un marrón y me casé con él. Un marrón de esos que la gente llama negros.
Una tía abuela me dijo cuando me casé: “ni se te ocurra tener hijos con ese hombre, porque te van a salir negritos”. A mí no me cabía en la cabeza que a estas alturas de la historia universal alguien pudiera hacer un comentario como ese, pero mi tía tiene 84 años, y uno, a la gente de 84 años, le perdona todo. Hasta el racismo.
Como soy bien terca, salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazo fue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo sano con diez deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas, nariz, boca y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estalla de felicidad uno no escucha nada.
Pero resulta que han pasado cinco meses y aunque sigo felicísima, se me ha pasado la sordera. Y como soy tan bruta, no termino de entender como es que tanta gente y no sólo mi tía la de 84, me pregunta “¿y de qué color es el niño?” Sí, sí, así mismo, ¿de qué color es? Les importa muchísimo ese detalle a algunos, tal vez, a demasiados. Una amiga de España. Una antigua vecina. Una ex compañera del colegio. Una gente cualquiera que no tiene 84 años. Una gente que, que yo sepa, no pertenece al partido neo nazi ni milita en el Ku Klukz Klan, ni es aria, ni tiene esvásticas en la ropa. Una gente que se ofende si uno les dice racista. Llegan así, y lo primero que preguntan, antes de esas típicas preguntas de viejita “¿cuánto pesó? ¿cuánto midió? ¿lloró mucho?” es “¿Y de qué color es?
Y, la verdad, lo confieso a riesgo de quedar como una madre desnaturalizada, es que yo no me había fijado de qué color era mi hijo. Es que cuando nació mi hija, la italianita, nadie me preguntó eso.
Entonces no me pareció que fuese tan importante saberse el color del hijo. Yo me sabía la fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuando le pusieron la triple, la fecha de su primera papilla. Sabía que tenía tres tipos de llanto, uno de hambre, uno de sueño, uno de ñoñera. Sabía que por las noches le gustaba quedarse dormida en mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual ahora con mi bebé, ya me sé sus ojos de memoria, por ejemplo, a veces están a media asta y es que tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse nada, me sé sus saltos cuando quiere que lo cargue, la temperatura de su piel, el olor de su nuca.
Pero el domingo pasado, me encontré con una ex compañera que no veía desde mi preñes, y ¡¡¡¡zaz!!!! Me largó la pregunta “¿ya nació tu bebé? ¿y de qué color es?” Me agarró desprevenida y no supe qué responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, porque si a tanta gente le interesa el dato, debe ser que es algo vital yo de mala madre, no he prestado atención a la epidermis de mis críos.
Así que, ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallar los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón, Sí, de verdad, cambia de colores. A las 5,30hs. de la mañana, cuando se despierta pidiendo comida es como rojo. Un rojo furioso y candelero.
Después se pone rosadito. Se ríe anaranjado. A veces pasa el día verde manzana. Y me provoca darle mordiscos por todos lados.
Cuando lo baño y chapotea con el agua, se vuelve plateado. Una cosa increíble. Cuando se le cierran los ojitos de sueño es amarillo pollito y provoca acunarlo y meterlo bajo las dos alas, acurrucadito.
Finalmente se duerme. Y, lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla en la oscuridad.
Ese es mi hijo. Multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarle la planilla del pasaporte, o contestarle a las ex compañeras de colegio cuando me pregunten de qué color es mi hijo. Pero es lo que hay. Lo juro. Mi hijo es color arco iris.

Indira Páez.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Ave enjaulada

Tus pasos en el tiempo se pierden como huellas en las olas. Yo estoy aquí, como siempre esperándote, sentado en el umbral del fracaso.
El tiempo pasa, y tienes miedo. Ves correr el segundero y te preguntas cuando será el día que abrirás tus alas y volarás lejos del hogar. También puedes preguntarte si al fin te encontrarás con tu destino que te aguarda sigiloso detrás de unas rocas, en el camino.
Acaso tal vez te preguntes si tu vida es en vano. Yo te digo que no,
y te extiendo, eternamente, mi mano. Tómala, por siempre, como tomarías el agua en el desierto. Tómala, por siempre, como tomarías mi alma si llegases a perderla. Simplemente es mi mano, mi voluntad
la que en un instante tus alas abrirán y al fin podrás volar en libertad.

Antü.

domingo, 3 de octubre de 2010

Ventana sobre una mujer

Ventana sobre una mujer/1

Esa mujer es una casa secreta.
En sus rincones, guarda voces y esconde fantasmas.
En las noches de invierno, humea.
Quien en ella entra, dicen, nunca más sale.
Yo atravieso el hondo foso que la rodea. En esa casa seré habitado. En ella me espera el vino que me beberá. Muy suavemente golpeo la puerta, y espero.

Ventana sobre una mujer/2

La otra llave no gira en la puerta de calle.
La otra voz, cómica, desafinada, no canta desde la ducha.
En el baño no hay huellas de otros pies mojados.
Ningún olor caliente viene de la cocina.
Una manzana a medio comer, marcada por otros dientes, empieza a pudrirse sobre la mesa.
Un cigarrillo a medio fumar, muerto gusano de ceniza, tiñe el borde del cenicero.
Pienso que debería afeitarme. Pienso que debería vestirme. Pienso que debería.
Llueve agua sucia dentro de mí.

Ventana sobre una mujer/3

Nadie podrá matar aquel tiempo, nadie nunca podrá: ni siquiera nosotros. Digo: mientras estés, donde estés, o mientras esté yo.
Dice el almanaque que aquel tiempo, aquel tiempito, ya no es; pero esta noche mi cuerpo desnudo te está transpirando.

Eduardo Galeano.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Táctica y estrategia

Mi táctica es mirarte
aprender como sos
quererte como sos.

Mi táctica es hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible.

Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos.

Mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos.

Mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple.

Mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

Mario Benedetti.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Espantapajaros 1

No se; me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! y en esto soy irreductible no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. ¡Si no saben volar pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Esta fue y no otra la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con que impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo.

Fotografía: Amaia Fotografías.

martes, 31 de agosto de 2010

Espantapajaros 18

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Oliverio Girondo
Fotografía: Amaia Fotografías.

viernes, 27 de agosto de 2010

Las malas palabras

Un Congreso de la Lengua, es más que todo, para plantearse preguntas. Yo como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?, ¿son malas porque son de mala calidad?, o sea que ¿cuando uno las pronuncia se deterioran? o ¿cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral?
Obviamente, no se quién las define como malas palabras, tal vez sean como esos villanos de viejas películas como las que nosotros veíamos, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos.
Tal vez nosotros al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas, lo que yo pienso es que brindan otros matices muchas de ellas. Yo soy fundamentalmente dibujante, con lo que uno se preguntará: ¿qué hace ese muchacho arriba del escenario? Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que cuanto más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir, para graficar algo, entonces, ¿hay palabras, palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunos incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo.
El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada —no sé si está en el diccionario de dudas—, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas. Puede hacer referencia a algo que tiene pelotas que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza; está en la letra t. Analicémoslo —anoten las maestras—: está en la letra t, puesto que no es lo mismo decir zonzo que decir peloTUdo.
Otra cosa, hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa —esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras pero se ve que las leyes de algunos países protegen y en otros no—, hay una palabra maravillosa, decía, que es carajo. Yo tendría que recurrir a mi amigo y conocedor, Arturo Pérez Reverte, conocedor en cuanto a la navegación, porque tengo entendido que el carajo era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere, entonces mandar a una persona al carajo era estrictamente eso, mandarlo ahí arriba.
Amigos mexicanos con los que estuve cenando anoche me estuvieron enseñando una cantidad de malas palabras mexicanas. Ahora que lo pienso creo que me estaban insultando porque se suscitó un problema con la cuenta a la hora de pagar. Me explicaban, que las islas Carajo son unas islas que están en el océano Índico.
En España, el carajillo es el café con coñac y acá apareció como mala palabra, al punto que se llega a los eufemismos se decía caracho es de una debilidad absoluta y de una hipocresía... ¿no?
A veces hay periódicos que ponen: «El senador fulano de tal envío a la M a su par…». La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua.
Voy a ir cerrando, hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra «mierda», que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la r —anoten las docentes— porque es mucho más débil como lo dicen los cubanos: miELda, que suena a chino y eso —yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana—, quita de posibilidades de expresiva.
Voy cerrando, después de este aporte medular que he hecho al lenguaje y al Congreso, lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar.

Roberto Fontanarrosa.

Discurso pronunciado por Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua Española en Rosario, en el año 2004.

martes, 24 de agosto de 2010

El arte de volar

Jugar a no ser suele ser divertido, pero ser lo que no se debe ser es mucho más divertido. Ser lo que, comúnmente, se considera inapropiado para este mundo frívolo y materialista, suele dejar esa mentirosa sensación de que estamos equivocados. Este mundo que prefiere un especialista en marketing y en administración de empresas a un músico, o a un actor, o a un pintor.
¿Qué sería de nuestros tiempos sin la música, sin la pintura, sin el teatro y el cine, sin el arte? Nada. Por suerte, aún perduramos en el camino, viejos caminantes que se apoyan en sus bastones y desde allí miran como la gente corre sin mirar al lado, salta sin percatarse donde caerá y a quien pisará al caer, y vive sin vivir. Donde la verborragia diaria lleva a no detenerse en los pequeños detalles, el artista no solo se detiene sino que los observa, los mide, los toca, los protege y los hace brillar.
Aún encontramos a ese loco transeúnte que en medio de la avenida principal de la ciudad carnívora, se detiene, se acuesta en el piso y con su cámara toma una fotografía del paisaje y la gente. Todavía podemos ver a esos locos jugando a ser otros sobre las tablas rechinantes de algún teatro viejo, abandonado y húmedo. Y, por suerte, aun podemos caminar por la calle y ver por alguna ventana a esos muchachos y muchachas jugando con los colores y mostrándonos que existen mas colores además del blanco y del negro.
Soy, como casi todos, uno más del montón que esta atado a vivir en esta sociedad y en este tiempo. Donde se debe correr hasta que sangren los pies para lograr tener una vida digna. Donde es persona quien más tiene y es dichoso el que más acumula, sin siquiera saber para que lo hace.
Entonces, pensé: ¿Qué hacer con mis pies cansados de tantas corridas en vano? ¿Cómo hacer para que mis pies, mis piernas, mi cuerpo, mi alma no estén tan cansadas al final del día? Y fue allí cuando la conocí. Estaba esperándome, impaciente, para darme la solución. El arte me aguardaba, con sus grandes brazos para darme un abrazo y para otorgarme alas.
Alas para volar, para descansar mis pies, mis piernas, mi cuerpo, mi alma. Alas para llegar desde un punto lejano de la vida, hasta el más cercano sin siquiera pestañar. Alas para imaginar, para perdurar, para dejar libre ese pensamiento encerrado en un claustro económico y social en el cual cada uno permanece preso sin saber la causa y la condena. Alas para romper cadenas y candados, para proteger al que tenemos a nuestro lado, para ayudar a abrir las mentes y los ojos. Alas para volar.
Antü


Fotografía: Amaia Fotografías.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El Grito

Muchas veces con hablar no alcanza, no basta para acallar las voces del interior y del exterior que nos torturan, nos apabullan con mentiras y calumnias para dominar nuestros movimientos. Entonces hay que gritar.
El grito debe ser de esos gritos que retumban en las montañas, aunque estemos parados frente al mar. Deben ser gritos en el silencio, esos gritos que destrozan el alma, sin lastimar la garganta y los oídos. Así como el cuadro de Edvard Munch, que nos grita sin perturbar el silencio, nos muestra el pánico y el dolor, la preocupación y la angustia sin moverse y sin sonido. Esa imagen que despierta, desestabiliza y pone en acción nuestra mente.
El status quo nos lleva a esperar paciente a nuestro vecino para que cambie las cosas. Nunca nos damos cuenta que somos nosotros los que podemos cambiar. Nadie nos obliga, pero podemos; en cada uno esta querer o no. No alcanza con caminar por la calle y sensibilizarse ante una determinada situación, o enfadarse ante las injusticias sociales que a diario azotan a estos tiempos; hay que actuar. El actor no puede pretender ser aplaudido si jamás sale a escena, debe salir, arriesgarse al error, a olvidarse la letra e improvisar lo mejor que tenga para seguir adelante, solo así ser reconocido.
Los discursos abundan, las palabras sobran y los actos escasean. Entonces es ahí donde el grito entra en acción. Cuando dormimos y soñamos lo que no nos gusta, generalmente, es un grito el que nos despierta, un grito desde el inconciente que nos dice: ¡Despertate y viví!

Antü
Fotografía: Amaia Fotografías

jueves, 12 de agosto de 2010

El Lenguaje

En la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presencia de una señorita. Hoy, por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública:
El capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado, el imperialismo se llama globalización. Las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, es como llamar niños a los enanos.
El oportunismo se llama pragmatismo, la traición se llama realismo. Los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos.
La expulsión de los niños pobres del sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar. El derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral.
El lenguaje oficial reconoce a los derechos de las mujeres, entre los derechos de las minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría. En lugar de dictadura militar, se dice proceso. Las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas. Cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos. El saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito.
Se llaman accidentes los crímenes que cometen los automóvilistas.
Para decir ciegos, se dice no videntes, un negro es un hombre de color. Donde dice larga y penosa enfermedad, debe leerse cáncer o SIDA. Repentina dolencia significa infarto, nunca se dice muerte, sino desaparición física. Tampoco son muertos los seres humanos aniquilados en las operaciones militares. Los muertos en batalla son bajas, y los civiles que la ligan sin comerla ni beberla, son daños colaterales. En 1995, cuando las explosiones nucleares de Francia en el Pacífico sur, el embajador francés en Nueva Zelanda declaró: "No me gusta esa palabra bomba. No son bombas, Son artefactos que explotan".
Se llaman Convivir algunas de las bandas que asesinan gente en Colombia, a la sombra de la protección militar.
Dignidad era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya. Se llama Paz y Justicia el grupo paramilitar que, en 1997, acribilló por la espalda a cuarenta y cinco campesinos, casi todos mujeres y niños, mientras rezaban en una iglesia del pueblo de Acteal, en Chiapas.

Eduardo Galeano.
Fotografia: Amaia Fotografias.

domingo, 8 de agosto de 2010

Que sean niños los niños

Que sean niños, y no clientes de las compañías de celulares, o vendedores de rosas en los bares, o estrellas descartables de la televisión.
Niños, no limpiavidrios en los semáforos, o botín de padres enfrentados o repartidores de estampitas en los subtes.
Que no sean niños soldados, los niños. Que sean niños los niños, simplemente. Que no sean foto de un portal pornográfico. Que no sean los habitantes de un reformatorio.
Que no sean costureros en talleres ilegales de ningún lugar del mundo.
Que sean niños los niños, y no un target.
Que no sean los que pagan las culpas. Los que reciben los golpes. Los bombardeados por publicidad.
Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran.
Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.
Que se dediquen a ser niños y no a otra cosa.
Que no sean los que no juegan, los acosados por las preocupaciones, los tapados de actividades.
Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas, llevar alguna vez la Bandera no por ser mejor alumno, sino por ser buen compañero.
Que sean niños los niños y no los incentivados con desmesura a consumir todo lo que saca el mercado.
Que sean niños, y no los que aspiran pegamento en una esquina o fuman paco en la otra, tan de nadie, tan desprotegidos.
Niños, no nombres que tienen que rogar por recibir el apellido paterno o la cuota de alimentos.
Que sean niños los niños.
Y que los niños sean lo intocable, que sea la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica; que por ellos se desvelen los economistas de todas las corrientes, los dirigentes de todos los partidos, los periodistas de todos los medios, los vecinos de todas las cuadras, los asistentes sociales de todas las municipalidades, los maestros de todas las escuelas.
Que sean niños los niños, y no el juguete de los abusadores.
Que sean niños, no “el repetidor” o “el conflictivo” o “el que nunca trae los deberes”.
Niños, y no los que empujan el carro con cartones.
Que sean niños los niños, simplemente.
Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.
Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.
Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran.
Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos se dirijan la palabra los que no se hablan, que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada.
Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota.
Que sean niños en su día. Que lo sean todos los días del año. Que sean felices los niños, por ser niños.
Inocentes de todo lo heredado.
Mex Urtizberea

sábado, 7 de agosto de 2010

El miedo global

Los que trabajan tienen miedo a perder el trabajo.
Los que no tienen trabajo tienen miedo a no encontrar nunca trabajo.
Quien no tienen miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo a ser atropellados.
La democracia tiene miedo a recordar y el lenguaje tiene miedo a decir.
Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones, miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar.
Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.
Eduardo Galeano.

jueves, 5 de agosto de 2010

Nostalgias de lo que no fue.

Hoy yacen enterradas, mil palabras que no existen porque en su vuelo las mataste con tu mirada y tus silencios. Tal vez en algún instante recuerdes mi rostro triste, recuerdes mis ojos vidriosos del penar de mi alma. Es que quizás en el momento en que mueran las agujas del reloj será en ese instante que comprenderás que mis lamentos fueron por vos. Quizás en un tiempo, ya muerto de la espera, madures y sola te des cuenta que mis sentimientos fueron tan claros como el agua de un manantial que desborda vitalidad, y tan sinceros como estas palabras.

Hoy yacen enterradas mil historias sin contar, que así como murieron, así resucitarán. Las historias tuyas y mías que jamás volverán, porque se fueron demasiado lejos para ya no regresar, huyeron de tus ojos que la despreciaban, huyeron de mi boca, que las malgastaban y tal vez en algún instante en que las agujas intenten latir, será en ese instante que volverán y cavarán en tu pecho, mi nombre para que jamás olvides que te amé y que nunca te diste cuenta.

Antü

martes, 3 de agosto de 2010

Corazón coraza

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Mario Benedetti.

Rutinas


Todas las mañanas me veo a tu lado.
Todas las noches me encuetro alejado.
Todas las tardes me siento perdido,
esperando la noche, sintiendo frio.

Creo tenerte a cada momento,
siento perderte en el firmamento.
Duele verte alli durmiendo,
creyendo al amor, y yo muriendo.

Si tan solo creyeras mis palabras
cuando te digo adios entre las sábanas,
y muriendo me levanto amándote,
para luego recordar que te pierdo.

El dolor de no saber ser
es el que me lleva a perder,
a creerme verdaderamente incapaz
de darte todo lo que tu me das.


Antü

lunes, 2 de agosto de 2010

Noches blancas

Ahí está el trabajador nocturno, viendo pasar el tiempo en la nada. El frío del invierno recorre su piel, filtrándose por los poros y provocando los escalofríos más largos que podría tener un ser humano. Ve pasar la noche y la vida. Duerme durante el día para rendir al ciento por ciento durante su jornada laboral. De él puede depender el destino de las personas que lo necesiten en cualquier horario de la madrugada. Si no llegara a estar despabilado, podría fallar su propósito.
La soledad y el silencio son sus únicos compañeros. La soledad que está, a su lado, marcándole que todo depende de lo que él decida. No hay nadie a quien consultar, ni nadie a quien delegar algún trabajo. No hay nadie, ni nada. El silencio de la noche, de una ciudad cansada del trajín diario, que reposa, que descansa para comenzar otro día, lo envuelve y lo protege.
El sonido del reloj, cada segundo que va avanzando en la noche, la radio que pasa las mismas canciones melancólicas, para aquellos enamorados en vela y el viento que, de vez en cuando, mueve la copa de algún árbol, son los acompañantes de la velada.
No se porque será, pero la noche está hecha para pensar. Aquí uno piensa y vive, imagina un mundo distinto, cree en el poder del cambio e idea estrategias y planes para modificar la realidad. Luego el sueño dispersa a todos los pensamientos. Abre su boca y expulsa al sueño por ella en forma de bostezo, lo sujeta con su mano y lo arroja fuera de su cuerpo, como quien se quita algo que le molestase.
Luego vuelve a su casa y se acuesta a dormir. Ve a sus hijos sólo unos momentos. Cuando llegan de la escuela, los mira, le besa la frente a cada uno y comienza a prepararse para marcharse nuevamente entendiendo que la felicidad y la tranquilidad de su familia esta en su trabajo y su esfuerzo.
Antü
Pequeño homenaje a un amigo, y a todo el que se sienta identificado, para que vea que siempre existe el reconocimiento en los que te quieren, solo que los grandes actos suelen ser imperceptibles, pero perdurables en el tiempo y en la memoria.

viernes, 30 de julio de 2010

Llanto por un niño muerto


Que pequeño, que inocente,
aquel que nada sabía,
que no pensaba en la muerte
y tan pronto se moría.
Tan extraña era esa voz
que lejos se lo llevaba.
En los huesos, el dolor
se le hundía y le quemaba.

Y sin consuelo era el llanto
de aquel alma desgarrada,
de la madre, que ha quedado
ya sin mundo, ya sin nada.

"¡Pequeño trozo de pan
que no pudiste crecer
que te acunen en el mar
las olas que fuiste a ver!

Tu madre rompió su cruz
y ya no quiere rezar.
Tu padre perdió el azul
y ya no quiere cantar".

¡Diles que te estás meciendo
sobre una cuna enjoyada
y que aún tu puedes verlos
desde una mansión dorada!

Daniel Omar Favero
Nació el 30 de julio de 1957.
Estudiante de letras.
Secuestrado el 25 de junio de 1977 y desaparecido desde entonces.

jueves, 29 de julio de 2010

Rompecabezas

Siento en mi pecho un vacío enorme. Un vacío que no puedo explicar y al cual no puedo encontrarle una solución. No me deja dormir, mucho menos cesa de torturar mi psiquis y, a duras penas, me da tregua en momentos donde mi mente se ocupa de otras cosas. A veces trato de encontrarle analogías a lo que siento para ver si así logro hallar la ecuación que resuelva mi problema. La mejor comparación que se me viene a la mente es la de un rompecabezas al cual le falta una pieza.
No existe nada más triste que un rompecabezas incompleto, faltante de esa pieza que lo completa, que lo termina y lo deja listo. Esa pieza que le da fin a su propósito: ser armado. Ese paisaje de Venecia no sería lo mismo sin esa pieza donde está el bote de los enamorados, ese retrato de la Gioconda no seria igual si faltara la pieza de la sonrisa cómplice y audaz, y yo no soy yo, si no consigo esa pieza que me falta.
Me siento en la cama con los pies transpirados y las manos congeladas, el pelo todo revuelto y las largas ojeras, tratando de entender que es lo que me desvela, lo que me quita el sueño y me impide descansar. Miro a mi alrededor y veo lo que veo siempre: mi casa, mis cosas, mi mujer a mi lado descansando y el espejo. Ese espejo traidor que me recuerda constantemente que aun me sigue faltando algo.
Sin creer, rezo. Sin sufrir, lloro. Sin hablar, grito. Pido piedad y ayuda en el silencio de la madrugada. Aún no tengo claro que debo hacer. Por un instante, creo que debo salir a patear cada rincón de la ciudad en busca de la pieza faltante, pero enseguida me detengo, pienso un instante, y me doy cuenta que puedo pedir ayuda a mis conocidos y amigos. Pero entonces viene a mí una imagen. Unos ojos, un aroma, un color y una canción, y allí la veo. Veo la pieza en algún lugar que no reconozco, podría ser en las aguas de Venecia o en la sonrisa de la Gioconda, pero la veo y, en ese preciso instante, es cuando me doy cuenta que ella llegará a mis manos sola, sin que nadie la guíe ni la obligue, pero ¿cuándo será?.

Antü

Ayer pasaste a mi lado, y no me viste.

Ayer pasaste a mi lado, y no me viste.
No se si no me viste o no quisiste verme, pero la cuestión es que yo si te vi. Estabas igual de radiante, brillando a tu paso como un lucero. Llevabas tu sonrisa picaresca en el rostro, algo tan habitual en vos como el brillo de tus ojos.
Han pasado largos años desde la última vez que nuestros ojos se entrelazaron en una mirada. ¿Qué habrá sido de tu vida? ¿Habrás llorado? ¿Habrás sufrido? ¿Te habrás sentido sola y desamparada? Tal vez sea todo lo contrario; no lo se, ni lo sabré. Solo me alcanza con saber que aún tengo en mis labios, el recuerdo de tus besos, aún conservo el perfume de tu piel en mis manos y, en mis pupilas, tus gestos de amor. Todavía no olvido aquella noche en el teatro, donde te aferraste a mi mano fría y me mirabas de reojo. Recuerdo esas caminatas invernales, bajo la helada matinal y aquellos abrazos tibios que nos dábamos antes de despedirnos.
Ahora que escribo estas palabras me estoy preguntando: ¿qué pasó, en aquel entonces, que nos dejamos de ver? ¿Qué se rompió o se perdió? No lo se y, esta vez, no quiero saberlo porque me conformo con que ayer pasaste a mi lado, y no me viste.

Antü

miércoles, 28 de julio de 2010

Los Nadies


Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Eduardo Galeano